03 de Noviembre del
2013
Ahí estaba yo cayendo al abismo nuevamente, se estaba
oscureciendo mi mente, mi corazón casi no latía, ¿Qué me estaba pasando?
Simplemente me estaba perdiendo del camino, sin darme cuenta estaba caminando
por un camino más ancho, era un camino duro, la gente avanzaba con caras
tristes, me sentía raro, ¿Qué estoy haciendo aquí? me preguntaba… No reconozco
esta senda, se veía que el camino era fácil, cada uno de los de ahí seguían sus
inclinaciones y deseos, intente por un medio salir de ahí, lamentablemente no
lo lograba era difícil, ¿Cómo llegue aquí? Ahí recordé el momento en que llegue
ahí… había cerrado mis ojos y había decidido seguir huellas que no me llevaban
a ningún lugar, no quería seguir las huellas del Gran Maestro, quería hacer mi
voluntad por sobre la de él, tan solo quería hacer lo que a mí me plazca, ¿Cómo
fui tan ciego? Aun no lo puedo comprender, perdóname pedía de día y de noche,
así mismo te roge, no era sincero… Simplemente quería seguir haciendo mi
voluntad. Sí! Muchas veces pensé que él tenía que hacerlo todo… pero no era así
yo tenía que dar el paso y saltar hacia los brazos de él, tenía que dejar, mi
yo de lado, tenía que negarme a mí mismo, tenía que negar mis gustos y mis
placeres, tenía que simplemente mirarlo a él, a aquel que un día me levanto de
aquel pozo de lodo cenagoso y me limpio. Ahora estaba hundiéndome en aguas muy
profundas, mis pies no tocaban tierra, sí, pensaba tristemente, este es el fin…
Tenía que tomar una decisión o soy yo o es él… ¿Qué hago?, las fuerzas se me agotaban…
ya no podía seguir, ¡Basta! Clamé, ¡Escúchame! ¿No dices ser un Dios de amor?
Te gritaba insistente mente, me preguntaba si me amabas como realmente, me
preguntaba si me amabas tal cual como a tu pueblo y a tus escogidos en la
antigüedad… ¡Dime algo! Te gritaba, tan solo quería escucharte, quería que me
des una solución. Pero yo tenía que tomar una decisión y no lo quería hacer…
Tan solo tenía que dejar mis gustos y mis pasiones de lado, tenía que seguirte…
Fue ahí cuando ya me había entregado para ser devorado por las aguas del
abismo, mientras descendía pasaban por mi mente todas las veces en que me
liberaste de peligros, todas las veces que me utilizaste como instrumento,
todas las veces en que me decías te amo con la naturaleza. Pensé que era tarde
para tomar la decisión, pero lo hice, decidí creer en ti, decidí dar vuelta el
rumbo de mi vida. Era tarde seguía pensando ya no me quedaba aire… fue ahí
cuando estaba a punto de exhalar el
último suspiro de vida cuando, vi que alargaste tu mano desde las alturas de
los cielos, me tomaste firme y me dijiste: Hijo yo estoy contigo… No estás
solo, me abrazaste y me llevaste a un lugar hermoso, nuevamente me dirigiste la
palabra para decirme algo, esta vez algo que desarmaría por completo mis
pretensiones y deseos, ahí estabas abrazándome nuevamente y diciéndome te amo
hijo, olvídalo no es necesario que te reproches una y otra vez las veces que te
has equivocado… Te perdono. Me preguntaste si quería seguir avanzando esta vez
tomado de tu mano y sin despegar la mirada de los cielos en el cual se
encontraba escrito la prueba más grande de amor… me habías dibujado una cruz y
un enorme te amo en los cielo, ahí estaba el símbolo de tu amor y de tu perdón
incondicional. Me dijiste: Si caes nuevamente no lo dudes aquí estoy yo… Sonreí
y no hice más que postrarme a tus pies, me levantaste y secaste las lágrimas
que brotaban de mis ojos y me dijiste. Bueno hijo avancemos que nos espera un
largo viaje, pero esta vez más juntos que nunca…
“Extendiendo su mano desde lo alto, tomó la mía y
me sacó del mar profundo. Me libró de mi enemigo poderoso, de aquellos que me
odiaban y eran más fuertes que yo. En el día de mi desgracia me salieron al
encuentro, pero mi apoyo fue el Señor. Me sacó a un amplio espacio; me libró
porque se agradó de mí.” (Salmos 18:16-19)